De un tiempo para acá me ha dado por ver documentales. Desde los imprescindibles, valientes, comerciales y, a la vez que verdaderos, tendenciosos de Michael Moore (Masacre en Columbine y Fahrenheit 911), pasando por La Corporación, de Mark Achbar, Jennifer Abbott y Joel Bakan, que propone la tesis que toda empresa es una “enferma mental con tendencias psicópatas” debido a su inhumanidad, hasta obras de arte como Baraka de Ron Fricke, sin olvidar los que tratan temas artísticos y científicos, por supuesto. Pero ver un documental como Los Espigadores y la Espigadora (Les glaneurs et la glaneuse; también conocido como Los Cosechadores y Yo, en español, cinta del año 2000) es asistir a una reflexión vuelta imagen, como en el caso de Moore y, a la vez, mirar una obra de arte como en el caso de las películas de Fricke.
Agnés Varda, la autora, se considera la madre de la Nouvelle Vague (la Nueva Ola) francesa, a la que pertenecen Alain Resnais, Francois Truffaut y Jean-Luc Godard y que mostraron al mundo una forma nueva, personal y rompedora de hacer cine, apadrinados por la doctrina de la mítica revista Cahiers du Cinema.
Varda abre su documental con una reflexión sobre el cuadro Las Espigadoras de Millet y nos dice que, una vez, hubo solo espigadoras. Pero eso ha cambiado. Los espigadores del título son los pepenadores de hoy, los que viven con lo que recogen de la basura y que como dice uno de los entrevistados por ella (cámara digital en mano, al estilo del Dogma 95):
Y así llegamos al 2000. ¡Qué progreso!
En un mundo que exige calidad, tamaño, color, se desperdician toneladas de alimentos. La pepena se vuelve a poner “de moda”. Y algunas personas recogen hasta 300 kg de papas tiradas en el campo que no pasaron los “estándares de calidad.” Y como dicen los niños que recolectan:
Lunes, papas,
Martes, papas,
Miércoles, papas también,
Jueves, papas,
Viernes, papas,
Sábado, papas también,
Domingo, tortilla de papas.
Y como dice un rap:
Corriendo en el mercado detrás de lo que otros han tirado.
Por mucho que “espigar” (término para la acción de recoger las sobras de la cosecha) se estuviera perdiendo en los países ricos, la globalización ha reinventado la práctica sin olvidar que, aunque existen máquinas cosechadoras, es más barato pagar un sueldo de hambre a los cosechadores humanos como sucede con los latinoamericanos en Estados Unidos. Detrás de ellos, en Europa (Francia, el país del que se ocupa el documental) llegan los espigadores.
La manera de protegerse del Capitalismo es el egoísmo. Así, Varda nos muestra cómo, en Borgoña, la vendimia cumple con una cuota específica en kg de uva por lo que, cada viticultor, abandona el resto en el suelo una vez sobrepasada esa cuota. Pero este tipo de recolección (pepena) está prohibida. A pesar de la ley que dice que pasado el 1 de noviembre, día último de la vendimia, el resto no cosechado puede colectarse. Una práctica de auto protección económica para no abaratar el costo de la uva.
Según una ley francesa que data del año 1554 los espigadores pueden colectar desde el amanecer hasta el atardecer, detrás de los cosechadores, por supuesto.
Pero el documental revela un lado tragicómico de este asunto: ricos que espigan por placer, para no ir al mercado y comprar más caro.
También es la mirada a los artistas que hacen arte con la basura (acto conocido como “recuperación”), como Louis Pons que suelda objetos como rejillas desechadas y marcos de cuadros apolillados, transformándolos en obras de arte que alcanzan buenos precios (así, la basura se “recicla”).
Y Varda, mientras tanto, sin caer nunca en el sentimentalismo barato o el discurso incendiario de izquierdas, se complace en jugar con su cámara digital, como en la escena en la cual hace un círculo con los dedos de la mano izquierda para “atrapar” los camiones que pasan en el otro carril, mientras va por carretera. O la danza de la tapa de la lente que, “danza” sobre el suelo, al olvidar apagar la cámara, recordándonos que estamos viendo una película hecha por una artista muy de la “nueva –ya vieja- ola”.
Ella es consciente que hace arte pero, a la vez, que filma historia. Y esto es lo más importante, cuando filma a un hombre que dice:
Tengo trabajo y número de seguro social. Lo hago por conciencia ética, porque considero escandaloso todo ese despilfarro.
Sabe que realiza una labor de Crítica Social más allá del marxismo. Y sus entrevistados crecen ante nuestros ojos, se vuelven artistas, una parte más del engranaje enajenante de la globalización, sin perder el buen humor (o el humor negro):
Yo siempre hago mis compras aquí.
Comenta un hombre de color que recoge muslos de pollo de los contenedores de basura. Ella misma “recupera” dos sillas de la acera porque, según otra ley, el dueño que se deshace de sus posesiones, poniéndoles en la acera para que otros lo “recuperen”, ha perdido el derecho sobre estas. Y Varda se lleva a casa un reloj sin manecillas, porque, siendo madre de la Nouvelle Vague, se siente vieja y, después de tantas reflexiones, es más saludable: “no ver pasar el tiempo.”
Agnés Varda, la autora, se considera la madre de la Nouvelle Vague (la Nueva Ola) francesa, a la que pertenecen Alain Resnais, Francois Truffaut y Jean-Luc Godard y que mostraron al mundo una forma nueva, personal y rompedora de hacer cine, apadrinados por la doctrina de la mítica revista Cahiers du Cinema.
Varda abre su documental con una reflexión sobre el cuadro Las Espigadoras de Millet y nos dice que, una vez, hubo solo espigadoras. Pero eso ha cambiado. Los espigadores del título son los pepenadores de hoy, los que viven con lo que recogen de la basura y que como dice uno de los entrevistados por ella (cámara digital en mano, al estilo del Dogma 95):
Y así llegamos al 2000. ¡Qué progreso!
En un mundo que exige calidad, tamaño, color, se desperdician toneladas de alimentos. La pepena se vuelve a poner “de moda”. Y algunas personas recogen hasta 300 kg de papas tiradas en el campo que no pasaron los “estándares de calidad.” Y como dicen los niños que recolectan:
Lunes, papas,
Martes, papas,
Miércoles, papas también,
Jueves, papas,
Viernes, papas,
Sábado, papas también,
Domingo, tortilla de papas.
Y como dice un rap:
Corriendo en el mercado detrás de lo que otros han tirado.
Por mucho que “espigar” (término para la acción de recoger las sobras de la cosecha) se estuviera perdiendo en los países ricos, la globalización ha reinventado la práctica sin olvidar que, aunque existen máquinas cosechadoras, es más barato pagar un sueldo de hambre a los cosechadores humanos como sucede con los latinoamericanos en Estados Unidos. Detrás de ellos, en Europa (Francia, el país del que se ocupa el documental) llegan los espigadores.
La manera de protegerse del Capitalismo es el egoísmo. Así, Varda nos muestra cómo, en Borgoña, la vendimia cumple con una cuota específica en kg de uva por lo que, cada viticultor, abandona el resto en el suelo una vez sobrepasada esa cuota. Pero este tipo de recolección (pepena) está prohibida. A pesar de la ley que dice que pasado el 1 de noviembre, día último de la vendimia, el resto no cosechado puede colectarse. Una práctica de auto protección económica para no abaratar el costo de la uva.
Según una ley francesa que data del año 1554 los espigadores pueden colectar desde el amanecer hasta el atardecer, detrás de los cosechadores, por supuesto.
Pero el documental revela un lado tragicómico de este asunto: ricos que espigan por placer, para no ir al mercado y comprar más caro.
También es la mirada a los artistas que hacen arte con la basura (acto conocido como “recuperación”), como Louis Pons que suelda objetos como rejillas desechadas y marcos de cuadros apolillados, transformándolos en obras de arte que alcanzan buenos precios (así, la basura se “recicla”).
Y Varda, mientras tanto, sin caer nunca en el sentimentalismo barato o el discurso incendiario de izquierdas, se complace en jugar con su cámara digital, como en la escena en la cual hace un círculo con los dedos de la mano izquierda para “atrapar” los camiones que pasan en el otro carril, mientras va por carretera. O la danza de la tapa de la lente que, “danza” sobre el suelo, al olvidar apagar la cámara, recordándonos que estamos viendo una película hecha por una artista muy de la “nueva –ya vieja- ola”.
Ella es consciente que hace arte pero, a la vez, que filma historia. Y esto es lo más importante, cuando filma a un hombre que dice:
Tengo trabajo y número de seguro social. Lo hago por conciencia ética, porque considero escandaloso todo ese despilfarro.
Sabe que realiza una labor de Crítica Social más allá del marxismo. Y sus entrevistados crecen ante nuestros ojos, se vuelven artistas, una parte más del engranaje enajenante de la globalización, sin perder el buen humor (o el humor negro):
Yo siempre hago mis compras aquí.
Comenta un hombre de color que recoge muslos de pollo de los contenedores de basura. Ella misma “recupera” dos sillas de la acera porque, según otra ley, el dueño que se deshace de sus posesiones, poniéndoles en la acera para que otros lo “recuperen”, ha perdido el derecho sobre estas. Y Varda se lleva a casa un reloj sin manecillas, porque, siendo madre de la Nouvelle Vague, se siente vieja y, después de tantas reflexiones, es más saludable: “no ver pasar el tiempo.”
1 comentario:
Pues tienes que ver: "La pesadilla de Darwin", si es que no lo has visto. Saludos
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