Vuelvo a abrir el brevísimo libro de Eros Alesi, poeta italiano, muerto a los 20 años, de quien se conocen un puñado de poemas que cambiaron el rostro de la poesía urbana (por llamarla de alguna manera) y vuelvo a sentirme invadido por la náusea. Pero no puedo dejar de leer:
Querido papá:
Tú que estás ahora en las pasturas celestes, en las pasturas terrenas, en las pasturas marinas.
Tú ques estás ahora en las pasturas humanas. Tú que vibras en el aire. Tú que aún amas a tu hijo Alesi Eros.
Tú que has llorado por tu hijo. Tú que sigues su vida con tus vibraciones pasadas y presentes.
Tú que eres amado por tu hijo. Tú el único que estaba en él.
Tú a quien llaman muerto, ceniza, mundicia.
Tú que eres mi sombra protectora.
Tú a quien amo en este momento y siento más cercano que cualquier cosa.
Tú que eres y serás la fotocopia de mi vida.
Eros Alesi era adicto a la morfina y a otras muchas drogas más; nació en Ciampino (Lazio, Italia) en 1951, se suicidó en Roma en 1971. En 1973 se publican sus poquísimos poemas que comienzan a gritar desde la hoja de papel una angustia existencial, para mí, similar a la que había experimentado Arthur Rimbaud en el siglo XIX.
Que tenía 6-7 años cuando te veía Hermoso-fuerte-orgulloso-seguro-arrogante, respetado y temido por los demás, que tenía 10-11 años cuando te miraba violento, ausente, malo, que te veía como a un ogro, que te consideraba un Bastardo porque golpeabas a mi mamá.
Que tenía 13-14 años, cuando yo veía que veías perder tu papel.
Que yo veía que veías el surgimiento de mi nuevo papel, del nuevo papel de mi madre.
Que tenía 15 años y medio cuando yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac que aumentaban espantosamente.
Que yo veía que veías que tus miradas ya no eran hermosas-fuertes-orgullosas, fieras, respetadas y temidas por los demás.
Que yo veía que veías alejarse a mi madre, que yo veía que veías el inicio de un normal, dramático desmoronamiento.
Que yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando considerablemente.
Que tenía 15 años y medio viendo que veías que yo escapaba de casa, que mi madre escapaba de casa.
Que tú querías representar al Duro.
Que no tuviste a ninguno.
Que te quedaste solo en una casa con dos cuartos, más servicios.
Que los litros de vino y las botellas de coñac siguieron aumentando.
Ese Que repetido, ese ritornelo, se clava en la memoria y juega el papel de instrumento, el cual el poeta ha sabido usar para impactar una y otra vez conforme nos invita a seguir su dramática confesión de vida:
Que un día, que el día, en el cual viniste a sacarme de los separos de Milán, vi que te veías solo.
Que tu querías a tu mujer o a tu hijo o a los dos en aquella casa con dos cuartos más servicios. Que he visto que veías que estabas dispuesto a todo, con tal de recuperarnos.
Que he visto que has visto tu mano tendida en señal de paz, de armisticio.
Que he visto que has visto sobre tu mano un esputo.
Que he visto que has visto tus ojos lagrimeando soledad incrustada de sangre masoquista, punitiva.
Que he visto que tú has visto el deseo de querer castigar tu vida.
Que he visto que veías el deseo de no sufrir. Que he visto que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando continuamente.
Que he visto que veías en aquel periodo tu futura vida.
Que supe que sabías que tu hijo era un drogadicto, que tu mujer esperaba un hijo de otro hombre (hijo que a ti no te quiso dar).
Que vi que viste pasar tres años. Que vi que viste que el día 9-XII-69 no viniste a verme al manicomio porque estabas muerto.
Brutal, violento, con un lenguaje cotidiano, claro, casi diríamos vulgar, Alesi se hunde en los recuerdos –y nos hunde con él-, y nos enseña el abismo de lo que Edgar Allan Poe (otro ser aullante en los infiernos de la depresión) llamó “enfermedad incomparable”, el alcoholismo, y que le marcó como al hierro a través de las acciones de un padre, él mismo, un ser caído en la negrura, para arrojarlo en los brazos de esa otra droga, donde encontraría consuelo en sueños artificiales de los que nunca despertaría.
Que ahora ves que veo que el primero eres tú. Que juegas baraja con el descarte, haciéndote el descartado.
Pero jugando, igualmente. Que ahora ves que veo que te adoro, que te amo desde lo más profundo del ser.
Que ahora ves que yo veo que mi madre se lamenta. ALESI FELICE PADRE DE ALESI EROS
Que ves que yo veo que he huido una vez más hacia la soledad.
Que tú ves que yo veo sólo una gran, grandísima negrura, la misma negrura que yo veía que tu veías.
Que seguirás mirando lo que veo.
Este librito, admirablemente bien traducido por Guillermo Fernández en la edición bilingüe (italiano-español) de Bonobos, Poesía, 2003, lleva por título el de otro poema, Mamá Morfina, del cual nos dice:
Querida, dulce, buena…
Querida, dulce, buena, humana, social mamá morfina. Que tú, solamente tú, dulcísima mamá morfina, me has querido bien, como yo quería.
(…)
Que me has dado una casa, un hotel, un puente, un tren, un portón, y los he aceptado; que me has dado todo el universo amigo. Que me has dado un rol social, que pide y da. Que a mis 15 años acepté vivir como ser humano, “hombre”, sólo porque estabas tú, que te ofreciste a crearme por segunda vez.
Leí por primera a Eros Alesi en diciembre de 2005, durante la Primera Feria Interactiva del Libro de Tuxpan; ya había leído algunos fragmentos de Caro Papá (Querido Papá) en un Círculo de Lectura con el escritor Juan Saravia. Desde entonces el arte estentóreo de Alesi me subyuga. Una chica dark, de tan sólo 17 años, se acercó, junto a otras muchas, para felicitarme tras la conferencia sobre el Género Negro que leí en el mismo evento: “Recomiéndeme algo que me atrape, que me haga sentir horror y, al mismo tiempo me fascine”, bien pude recomendarle Baudelaire, al ya mencionado Poe o a cualquiera de los libros que recomendé mientras dictaba la conferencia (desde novelas góticas, pasando por Lovecraft, a Chandler y Hammett).
La llevé a través de los pasillos de la feria. Encontré el libro de Eros Alesi, humilde, entre otras portadas chillantes. Sólo había dos ejemplares: “te regalo éste libro, pero prométeme que lo leerás,” le dije. Lo leyó. Una semana después llamó por teléfono, sollozando, me contó: “Usted me ha ayudado, no sabe cuánto, me he identificado mucho con los poemas…”
Lejos de moralinas, se trata de un libro que hay que leer, en especial cuando se rondan las edades del mismo Alesi.
Un mito griego, el de Clobis y Bitón, dice que los hijos gemelos de una sacerdotisa, los preferidos de la diosa, fueron encontrados muertos al pie del altar. La diosa los había arrebatado, tomado, en recompensa a sus dulces servicios. Entonces surgió un dicho: “los elegidos de los dioses mueren jóvenes”. Jóvenes han muerto Alejandro Magno, en la antigüedad; Jim Morrison, el vocalista de los Doors (quien por cierto, se creía un poeta simbolista reencarnado), James Dean, actor; o el mismísimo Eros Alesi. En seguida se convirtieron en mitos. Y algunos murieron conscientes de éste hecho. Se trata, por supuesto, del shock psicológico que causa una muerte tan jóven. Muerte dulce, a la que el poeta cantó en estos términos:
Oh querida. Oh señora muerte. (O cara. O padrona morte)
Oh querida. (O cara)
Oh señora muerte. (O padrona morte)
Oh serenísima muerte. (O serenissima morte)
Oh invocada muerte. (O invocata morte)
Oh pavorosa muerte. (O paurosa morte)
Oh indescifrable muerte. (O indecifrabile morte)
Oh extraña muerte. (O strana morte)
Oh viva la muerte. (O viva la morte)
Oh muerte que es muerte. (O morte che é morte)
Muerte que marca el alto a esta saeta vibrante. (Morte che mette un punto a questa saetta vibrante)
Y así, él se entregó a su señora. Y en seguida penetró en las oscura conciencia del mundo…
Querido papá:
Tú que estás ahora en las pasturas celestes, en las pasturas terrenas, en las pasturas marinas.
Tú ques estás ahora en las pasturas humanas. Tú que vibras en el aire. Tú que aún amas a tu hijo Alesi Eros.
Tú que has llorado por tu hijo. Tú que sigues su vida con tus vibraciones pasadas y presentes.
Tú que eres amado por tu hijo. Tú el único que estaba en él.
Tú a quien llaman muerto, ceniza, mundicia.
Tú que eres mi sombra protectora.
Tú a quien amo en este momento y siento más cercano que cualquier cosa.
Tú que eres y serás la fotocopia de mi vida.
Eros Alesi era adicto a la morfina y a otras muchas drogas más; nació en Ciampino (Lazio, Italia) en 1951, se suicidó en Roma en 1971. En 1973 se publican sus poquísimos poemas que comienzan a gritar desde la hoja de papel una angustia existencial, para mí, similar a la que había experimentado Arthur Rimbaud en el siglo XIX.
Que tenía 6-7 años cuando te veía Hermoso-fuerte-orgulloso-seguro-arrogante, respetado y temido por los demás, que tenía 10-11 años cuando te miraba violento, ausente, malo, que te veía como a un ogro, que te consideraba un Bastardo porque golpeabas a mi mamá.
Que tenía 13-14 años, cuando yo veía que veías perder tu papel.
Que yo veía que veías el surgimiento de mi nuevo papel, del nuevo papel de mi madre.
Que tenía 15 años y medio cuando yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac que aumentaban espantosamente.
Que yo veía que veías que tus miradas ya no eran hermosas-fuertes-orgullosas, fieras, respetadas y temidas por los demás.
Que yo veía que veías alejarse a mi madre, que yo veía que veías el inicio de un normal, dramático desmoronamiento.
Que yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando considerablemente.
Que tenía 15 años y medio viendo que veías que yo escapaba de casa, que mi madre escapaba de casa.
Que tú querías representar al Duro.
Que no tuviste a ninguno.
Que te quedaste solo en una casa con dos cuartos, más servicios.
Que los litros de vino y las botellas de coñac siguieron aumentando.
Ese Que repetido, ese ritornelo, se clava en la memoria y juega el papel de instrumento, el cual el poeta ha sabido usar para impactar una y otra vez conforme nos invita a seguir su dramática confesión de vida:
Que un día, que el día, en el cual viniste a sacarme de los separos de Milán, vi que te veías solo.
Que tu querías a tu mujer o a tu hijo o a los dos en aquella casa con dos cuartos más servicios. Que he visto que veías que estabas dispuesto a todo, con tal de recuperarnos.
Que he visto que has visto tu mano tendida en señal de paz, de armisticio.
Que he visto que has visto sobre tu mano un esputo.
Que he visto que has visto tus ojos lagrimeando soledad incrustada de sangre masoquista, punitiva.
Que he visto que tú has visto el deseo de querer castigar tu vida.
Que he visto que veías el deseo de no sufrir. Que he visto que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando continuamente.
Que he visto que veías en aquel periodo tu futura vida.
Que supe que sabías que tu hijo era un drogadicto, que tu mujer esperaba un hijo de otro hombre (hijo que a ti no te quiso dar).
Que vi que viste pasar tres años. Que vi que viste que el día 9-XII-69 no viniste a verme al manicomio porque estabas muerto.
Brutal, violento, con un lenguaje cotidiano, claro, casi diríamos vulgar, Alesi se hunde en los recuerdos –y nos hunde con él-, y nos enseña el abismo de lo que Edgar Allan Poe (otro ser aullante en los infiernos de la depresión) llamó “enfermedad incomparable”, el alcoholismo, y que le marcó como al hierro a través de las acciones de un padre, él mismo, un ser caído en la negrura, para arrojarlo en los brazos de esa otra droga, donde encontraría consuelo en sueños artificiales de los que nunca despertaría.
Que ahora ves que veo que el primero eres tú. Que juegas baraja con el descarte, haciéndote el descartado.
Pero jugando, igualmente. Que ahora ves que veo que te adoro, que te amo desde lo más profundo del ser.
Que ahora ves que yo veo que mi madre se lamenta. ALESI FELICE PADRE DE ALESI EROS
Que ves que yo veo que he huido una vez más hacia la soledad.
Que tú ves que yo veo sólo una gran, grandísima negrura, la misma negrura que yo veía que tu veías.
Que seguirás mirando lo que veo.
Este librito, admirablemente bien traducido por Guillermo Fernández en la edición bilingüe (italiano-español) de Bonobos, Poesía, 2003, lleva por título el de otro poema, Mamá Morfina, del cual nos dice:
Querida, dulce, buena…
Querida, dulce, buena, humana, social mamá morfina. Que tú, solamente tú, dulcísima mamá morfina, me has querido bien, como yo quería.
(…)
Que me has dado una casa, un hotel, un puente, un tren, un portón, y los he aceptado; que me has dado todo el universo amigo. Que me has dado un rol social, que pide y da. Que a mis 15 años acepté vivir como ser humano, “hombre”, sólo porque estabas tú, que te ofreciste a crearme por segunda vez.
Leí por primera a Eros Alesi en diciembre de 2005, durante la Primera Feria Interactiva del Libro de Tuxpan; ya había leído algunos fragmentos de Caro Papá (Querido Papá) en un Círculo de Lectura con el escritor Juan Saravia. Desde entonces el arte estentóreo de Alesi me subyuga. Una chica dark, de tan sólo 17 años, se acercó, junto a otras muchas, para felicitarme tras la conferencia sobre el Género Negro que leí en el mismo evento: “Recomiéndeme algo que me atrape, que me haga sentir horror y, al mismo tiempo me fascine”, bien pude recomendarle Baudelaire, al ya mencionado Poe o a cualquiera de los libros que recomendé mientras dictaba la conferencia (desde novelas góticas, pasando por Lovecraft, a Chandler y Hammett).
La llevé a través de los pasillos de la feria. Encontré el libro de Eros Alesi, humilde, entre otras portadas chillantes. Sólo había dos ejemplares: “te regalo éste libro, pero prométeme que lo leerás,” le dije. Lo leyó. Una semana después llamó por teléfono, sollozando, me contó: “Usted me ha ayudado, no sabe cuánto, me he identificado mucho con los poemas…”
Lejos de moralinas, se trata de un libro que hay que leer, en especial cuando se rondan las edades del mismo Alesi.
Un mito griego, el de Clobis y Bitón, dice que los hijos gemelos de una sacerdotisa, los preferidos de la diosa, fueron encontrados muertos al pie del altar. La diosa los había arrebatado, tomado, en recompensa a sus dulces servicios. Entonces surgió un dicho: “los elegidos de los dioses mueren jóvenes”. Jóvenes han muerto Alejandro Magno, en la antigüedad; Jim Morrison, el vocalista de los Doors (quien por cierto, se creía un poeta simbolista reencarnado), James Dean, actor; o el mismísimo Eros Alesi. En seguida se convirtieron en mitos. Y algunos murieron conscientes de éste hecho. Se trata, por supuesto, del shock psicológico que causa una muerte tan jóven. Muerte dulce, a la que el poeta cantó en estos términos:
Oh querida. Oh señora muerte. (O cara. O padrona morte)
Oh querida. (O cara)
Oh señora muerte. (O padrona morte)
Oh serenísima muerte. (O serenissima morte)
Oh invocada muerte. (O invocata morte)
Oh pavorosa muerte. (O paurosa morte)
Oh indescifrable muerte. (O indecifrabile morte)
Oh extraña muerte. (O strana morte)
Oh viva la muerte. (O viva la morte)
Oh muerte que es muerte. (O morte che é morte)
Muerte que marca el alto a esta saeta vibrante. (Morte che mette un punto a questa saetta vibrante)
Y así, él se entregó a su señora. Y en seguida penetró en las oscura conciencia del mundo…
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